Au revoir, deux mille neuf !
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Cuenta la historia oficial que Vasco Núñez de Balboa fue el primer hombre que vio, desde una cumbre de Panamá, los dos océanos. Los que vivían allí, ¿eran ciegos?
La poesía no es un filtro de las cosas
Cuando Napoleón invadió Egipto, uno de sus soldados encontró a orillas del Nilo, una gran piedra negra, toda grabada de signos.
Antes de que Egipto fuera Egipto, el Sol creó el cielo y las aves que lo vuelan y creó el río Nilo y los peces que lo andan y dio vida verde a sus negras orillas, que se poblaron de plantas y de animales.
El hambre desayuna miedo.
El miedo al silencio aturde las calles.
El miedo amenaza:
Si usted ama, tendrá SIDA.
Si fuma, tendrá cáncer.
Si respira, tendrá contaminación.
Si bebe, tendrá accidentes.
Si toma, tendrá colesterol.
Si habla, tendrá desempleo.
Si camina, tendrá violencia.
Si piensa, tendrá angustia.
Si duda, tendrá locura.
Si siente, tendrá soledad.
Como el título dice, ni diez kilos de sal me alcanzarían para terminar de conocer a las personas.
Aferrada a un sueño que no puedo soltar,
me deshago en lágrimas cuando lo intento plasmar.
Los sueños son los verdaderos exilios de la realidad,
me pierdo en ellos y muero de soledad.
En un mar de pensamientos
intento navegar.
Mis sueños son barcos de papel
sin altamar.
Hace un par de siglos, Li Yu-chen inventó una China al revés. En su novela Flores en el Espejo había un país de las mujeres, donde ellas mandaban.
En la ficción, ellas eran ellos; y ellos, ellas. Los hombres, condenados a complacer a las mujeres, estaban obligados a las más diversas servidumbres. Entre otras humillaciones, debían aceptar que sus pies fueran atrofiados.
Nadie se tomó en serio esta posibilidad imposible. Y siguieron siendo los hombres quienes estrujaron los pies de las mujeres hasta convertirlos en algo así como patas de cabras.
Durante más de mil años, hasta bien entrado el siglo veinte, las normas de belleza prohibieron que el pie femenino creciera. En China se escribió, en el siglo nueve, la primera versión de la Cenicienta, donde cobró forma literaria la obsesión masculina por el pie femenino diminuto; y al mismo tiempo, año más, año menos, se impuso la costumbre de vendar, desde la infancia, los pies de las hijas.
Y no sólo por un ideal estético. Además, los pies atados ataban: eran un escudo de la virtud. Impidiendo que las mujeres se movieran libremente, evitaban que alguna escapada indecente pudiera poner en peligro el honor de la familia.
La sociedad de consumo ofrece fugacidades. Cosas, personas; las cosas fabricadas para durar, mueren al nacer, y hay cada vez más personas arrojadas a la basura desde que se asoman a la vida. Los niños abandonados en las calles de Colombia, que antes se llamaban gamines y ahora se llaman desechables, y están marcados para morir. Los numerosos nadies, los fuera de lugar, son "económicamente inviables", según el lenguaje técnico. La ley del mercado los expulsa por superabundancia de mano de obra barata. El Norte del mundo genera basuras en cantidades asombrosas. El Sur del mundo genera marginados. ¿Qué destino tienen los sobrantes humanos? El sistema los invita a desaparecer; les dice: "Ustedes no existen". ¿Qué hace el Norte del mundo con sus inmensidades de basura venenosa para la naturaleza y la gente? Las envía a los grandes espacios del Sur y del Este, de la mano de sus banqueros, que exigen libertad para la basura a cambio de sus créditos, y de la mano de sus Gobiernos, que ofrecen sobornos. Los 24 países desarrollados que forman la Organización para la Cooperación en el Desarrollo Económico del Tercer Mundo produce el 98% de los desechos venenosos de todo el planeta. Ellos cooperan con el desarrollo regalando al Tercer Mundo su mierda radioactiva y la otra basura tóxica que no saben dónde meter. Prohíben la importación de sustancias contaminantes, pero las derraman generosamente sobre los países pobres. Hacen con la basura lo mismo que con los pesticidas y abonos químicos prohibidos en casa: los exportan al Sur bajo otros nombres. En el reino de lo efímero, todo se convierte inmediatamente en chatarra para que bien se multipliquen la demanda, las deudas y las ganancias, las cosas se agotan en un santiamén, como las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza al mercado. El Sur, basurero del Norte, hace todo lo posible por convertirse en su caricatura. Pero la sociedad de consumo -dime cuánto consumes y te diré cuánto vales- invita a una fiesta prohibida para el 80% de la humanidad. Las fulgurantes burbujas se estrellan contra los altos muros de la realidad. La poca naturaleza que le queda al mundo, maltrecha y al borde del agotamiento, no podría sustentar el delirio del supermercado universal, y al fin y al cabo, la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar el equilibrio de la economía mundial mediante sus brazos baratos y sus productos a precio de ganga. En un mundo unificado por el dinero, la modernización expulsa mucha más gente que la que integra. Para una innumerable cantidad de niños y jóvenes latinoamericanos, la invitación al consumo es una invitación al delito. La televisión te hace agua la boca y la policía te echa de la mesa. El sistema niega lo que ofrece; y no hay valium que pueda dormir esa ansiedad ni prozac capaz de apagar ese tormento. La lucha social aparece en las páginas políticas y sindicales. El mundo de fin de siglo viaja con más náufragos que navegantes, y los técnicos denuncian los "excedentes de población" en el Sur, donde las masas ignorantes no saben hacer otra cosa que violar el sexto mandamiento día y noche. ¿"Excedentes de población" en Brasil, donde hay 17 habitantes por kilómetro cuadrado, o en Colombia, donde hay 29? Holanda tiene 400 habitantes por kilómetro cuadrado y ningún holandés se muere de hambre; pero en Brasil y en Colombia, un puñado de voraces se queda con todos los panes y peces. Cada vez son más los niños marginados que, según sospechan ciertos expertos, "nacen con tendencia al crimen y la prostitución". Ellos integran el sector más peligroso de los "excedentes de población". El niño como amenaza pública, la conducta antisocial del menor en América, es el tema recurrente de los Congresos Panamericanos del Niño desde 1993. A principios de siglo, el científico inglés Cyril Burt propuso eliminar a los pobres muy pobres "impidiendo la propagación de su especie". Al fin de siglo el Pentágono anuncia la renovación de sus arsenales, adaptados a las guerras del futuro, que tendrán por objetivo los motines callejeros y los saqueos; y en algunas ciudades latinoamericanas, como Santiago de Chile, ya hay cámaras de televisión vigilando las calles. El sistema está en guerra con los pobres que fabrica, y a los pobres más pobres los trata como si fueran basura tóxica. Pero el Sur no puede exportar al Norte estos residuos peligrosos, que se multiplican cada día. No hay manera de "impedir la propagación de su especie", aunque según al arzobispo de San Pablo, cinco niños caen asesinados cada día en las calles de las ciudades brasileñas, y, según la organización Justicia y Paz, son niños buena parte de los 40 desechables que cada mes caen asesinados en las calles de las ciudades colombianas. Tampoco se puede mantenerlos escondidos, aunque los desechables no existen en la realidad oficial: la población marginal que más ha crecido en Buenos Aires se llama Ciudad Oculta y se llaman ciudades perdidas los barrios de lata y cartón que brotan en los barrancos y basurales de los suburbios de la ciudad de México. No hace mucho, los desechables colombianos emergieron de debajo de las piedras y se juntaron para gritar. La manifestación estalló cuando se supo que los escuadrones parapoliciales, "los grupos de limpieza social", mataban indigentes para venderlos a los estudiantes que aprenden anatomía en la Universidad Libre de Baranquilla. Y entonces Buenaventura Vidal, contador de cuentos, les contó la verdadera historia de la Creación. Ante los vomitados del sistema, Buenaventura contó que a Dios le sobraban pedacitos de todo lo que creaba. Mientras nacían de su mano el sol y la luna, el tiempo, el mundo, los mares y las selvas, Dios iba arrojando al abismo los desechos que le sobraban, pero Dios, distraído, se había olvidado de la mujer y del hombre, que esperaban allá en el fondo del abismo, queriendo existir. Y ante los hijos de la basura, Buenaventura contó que la mujer y el hombre no habían tenido más remedio que hacerse a sí mismos, y se habían creado con aquellas sobras de Dios. Y por eso nosotros, nacidos de la basura, tenemos todos algo de día y algo de noche, y somos un poco tierra y un poco agua y un poco viento. Eduardo Galeano
Situarse en un mundo sin principio ni final, Donde todo es imperfecto y casi igual. Donde no perdemos la cabeza porque ya la hemos perdido, Donde nos creemos ganadores cuando hemos sido vencidos. El piso está arriba, el cielo quedó aplastado. Espejismos nos desorientan, quedamos aún más desorientados. No sabemos a dónde ir, ni de dónde vinimos o a dónde vamos. Si los sueños nos han robado. Si el alma nos han quitado. Si te preguntan dónde estás ahora, Tu imagen se vuelve gris y tu mente se va. Si te preguntan quién sos, Repondés con tu mirada, que sabe menos que vos; que no sabe nada. Y si te preguntás dónde quedó tu sonrisa, Descubriás que se fue con el tibio sol, con la fresca brisa. Aunque quizá no se haya ido, no, no Quizá te la sacaron y todavía no lo sabés, no no. Situarse en un mundo sin principio ni final, Es tan difícil como crear uno ideal. Donde se respete la identidad, donde el pasado esté también presente, Donde la igualdad se vea como tal y donde los proyectos se puedan armar.
antes de que el viento borre las palabras.
Déjame decir lo que quieren tus ojos,
que se esconden cuando el Sol los atrapa.
Déjame callar la voz,
el silencio lo dice todo.
Déjame seguir escuchando
todo aquello que dije y que quedó en mis pensamientos.
Déjame perderme en un instante
para luego hacerlo eterno.
Déjame correr las nubes
que le quitan lugar al cielo.
Déjame gritar lo que siempre callé,
las palabras no son inocentes.
Déjame ver lo que antes soñé,
quizá la realidad cambie para bien.
Déjame ver lo que antes soñé,
quizá el momento fue un sueño otra vez.
En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: "Honrarás a la naturaleza de la que formas parte". Pero no se le ocurrió. Hace cinco siglos, cuando América fue apresada por el mercado mundial, la civilización invasora confundió a la ecología con la idolatría. La comunión con la naturaleza era pecado. Y merecía castigo. Según las crónicas de la Conquista., los indios nómadas que usaban cortezas para vestirse jamás desollaban el tronco entero, para no aniquilar el árbol, y los indios sedentarios plantaban cultivos diversos y con períodos de descanso, para no cansar a la tierra. La civilización que venía a imponer los devastadores monocultivos de exportación no podía entender a las culturas integradas a la naturaleza, y las confundió con la vocación demoníaca o la ignorancia. Para la civilización que dice ser occidental y cristiana, la naturaleza era una bestia feroz que había que domar y castigar para que funcionara como una máquina, puesta a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza, que era eterna, nos debía esclavitud. Muy recientemente nos hemos enterado de que la naturaleza se cansa, como nosotros, sus hijos, y hemos sabido que, como nosotros, puede morir asesinada. Ya no se habla de someter a la naturaleza, ahora hasta sus verdugos dicen que hay que protegerla. Pero en uno u otro caso, naturaleza sometida y naturaleza protegida, ella está fuera de nosotros. La civilización que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo grandote con la grandeza, también confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo.
A la sombra le entregó su sombra.
A la luz le entregó su mirada.
A los oídos sordos les dio su palabra.
A los ojos ciegos les dio su espalda.
A la memoria olvidada le dio su recuerdo.
Al día sin Sol le dio su voz.
A las condenas cumplidas les dio su canto.
Esperando en silencio se descubrió en su sombra,
viejo y aturdido.
Muchas voces lo habían saturado
y en su camino se sintió perdido.
En la inmensidad de su mundo,
el mundo inmundo al que él pertenecía,
vio su presencia soñada
y luego despertó su identidad
en un revuelo de almas perdidas.
Dejó todo.
Abrió los ojos.
Volvió a ver.
Comprendió que era mejor seguir
con la mirada ciega, nublada, ausente.
Siguió.